Alita era una niña curiosa que vivía en un valle rodeado de
flores y mariposas. Tenía un sueño muy especial: quería volar. No como los
aviones, ni como los pájaros. Quería volar con sus propios brazos, como si
tuviera alas invisibles.
Cada día, Alita se subía a una colina y saltaba, riendo mientras el viento le despeinaba el cabello. ¡Estoy volando! gritaba, aunque solo flotaba por un segundo.
Sus amigos le decían: Alita, los humanos no vuelan.
Pero ella respondía:
¿Y quién dijo que los sueños tienen límites?
Un día, encontró una mariposa herida. La cuidó con hojas suaves y gotas de agua. Cuando la mariposa sanó, voló alrededor de Alita y se posó en su nariz.
Gracias por creer en mí, parecía decirle.
Desde entonces, cada vez que Alita corría por el campo, decenas de mariposas la seguían. Y aunque sus pies tocaban el suelo, su corazón volaba alto, acompañado por sus nuevas amigas aladas.
Los sueños más grandes no siempre necesitan alas. A veces,
basta con creer, cuidar, y dejar que el corazón se eleve.






1 comentario:
Nuestra imaginación siempre nos ayuda a lograr ciertos sueños. Te mando un beso.
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